Sensaciones

Estoy en la puerta, la puerta de la habitación que nos llevó tan lejos. Desde la ventana se ven los colores que tanto nos gustaban.
Tengo un nudo en la garganta. “Tranquilízate”- pienso mientras te miro. Las piernas me empiezan a temblar.
Cada vez entra con más fuerza la luz por la ventana, los colores se dispersan como si se filtrasen por una bola de discoteca. Tanta luz, y tanta tristeza.
Te giras. Puedo ver poco a poco tus ojos, brillantes, marrones, tan comunes y tan diferentes a la vez. La mirada de un lobo, eso es, un hombre lobo.
La luz te da en un lado de la cara, y hace esas sombras tan graciosas donde puedo imaginar formas. Siempre te ríes cuando imagino formas en las sombras, en las nubes, incluso en las baldosas del baño.
Te acercas tan lentamente que me da miedo que no llegues.
La habitación está vacía. Ya no queda nada, sólo el aire que respirábamos, las risas que volaron, las miradas que nos atraparon. Solo quedan recuerdos, momentos flotando en un aire con olor a parquet; aire que se esconde en las esquinas y solo encuentra polvo.
Pero la luz sigue ahí. Y tú, la buscas desde la ventana…
Por fin llegas a mí y me abrazas. Nos fundimos, y siento frío en vez de calor. En el exterior está todo vivo, el sol brilla, los pájaros vuelan libres; pero dentro de la habitación, todo parece muerto. Solo vive en el momento en el que yo lo recuerdo.
Tu mirada está vacía. Me recorre un escalofrío. Me invade la tristeza de la habitación, el recuerdo de la manta de rayas que había sobre la cama, y el reloj de la mesilla que nos despertaba cada mañana. Las horas, los minutos y segundos que contaba. Cada instante pasado recorre mi mente mientras te abrazo.
Suena esa melodía.
Y me doy cuenta que nada de esto existe, ya no. Si no fuese por esa melodía, por ese aire que puedo respirar desde aquí… si no fuese por aquel sonido de piano que salía de tus manos… si no fuese porque te recuerdo.