"El puente de Todos los Santos empieza con alertas por viento y lluvia para los próximos días."
Vaya novedad. Ante la perspectiva de otra mañana fría de domingo en el sofá de mi casa, he decidido salir a pasear un rato. Es tan tentadora la imagen de la madera ardiendo en la chimenea... Sin embargo, estoy decidida a salir. ¿Hay que mantenerse activo, no? Bien, allá voy.
Los senderos embarrados esperan con impaciencia mis huellas. Empiezo a caminar sintiendo la humedad en las plantas de los pies a través de las suelas de las botas. Esta mañana, el Gratal está parcialmente cubierto por nubes espesas y tiene un aspecto un tanto siniestro. "Mola", me digo.
El otoño ya ha hecho mella en los campos de olivos y almendros del Prepirineo. Los árboles se encuentran medio desnudos, indefensos ante las inclemencias del tiempo, cruel intemperie. Sigo caminando.
Silencio. A lo lejos, una vieja iglesia destartalada junto a un pantano. Vaya, sí que es siniestro el panorama. Pero adoro esta soledad, ésa que te hace sentir completamente perdido y a la vez amparado en ella, encontrándote a ti mismo.
Al rato, me doy cuenta de que he perdido la noción del tiempo y decido emprender el camino de vuelta. Empieza a lloviznar. Las gotas son casi imperceptibles y no soy consciente de ellas hasta que una se desliza por la pendiente de mi nariz.
Música celta sale de los auriculares de mi mp3. Dios, el modo aleatorio no podía haber elegido una mejor para la ocasión. Encaja perfectamente con el paisaje.
A veces llega un momento en que
te haces viejo de repente,
sin arrugas en la frente,
pero con ganas de morir.
¿Ah, si? Pues yo me siento joven. Demasiado, diría. Y también siento unas ganas inmensas de vivir. Unas ganas infinitas, tanto, que lo inundan todo a mi alrededor. Alzo la vista y me encuentro con el camino que me queda por recorrer hasta mi casa. Un buen cacho, y ya empiezo a calarme.
De repente, algo se me viene a la mente. Algo importante, una bombillita. Cuánto me queda aún por sentir. Cuántas mañanas frías de domingo. Cuántos escalofríos... y cuántas fiebres.
Y decido disfrutar del camino. Pruebo las gotas de lluvia sobre mis labios, ligeramente saladas. Me he vuelto a bautizar. Esta vez, en mi propia religión.
Me ha encantado Clara porque es muy visual y te veo caminando jajaja
ResponderEliminarMuy buen final )
oh !! qué bueno, describes genial esa serenidad que sólo se percibe en la montaña, aislado del mundo.
ResponderEliminarooh =) si, me gusta tu religión.
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