Que amarga es la derrota, tantas palabras cortadas por el acero; tantos besos, gritos, gestos y caricias que se estrellan contra el suelo. Es un fuego que te consume el alma, es un león enjaulado que devora tus entrañas, son tus ganas de vivir tratando de matarte, son las rojas cenizas de la esperanza. El hombre que jamás vio una batalla, envidia al compañero que ya descansa, de nuevo una revolución fracasa, y ya solo queda sangre y una grieta en el alma. Dios no existe, y yo no le culpo del fracaso; nací con la derrota grabada en las costillas, esta muerte absurda es tan solo culpa mía, fui un iluso que soñó cambiar de vida. Vi mis ideales al alcance de la mano; todo era un sueño, al despertar se los llevaron, di el primer golpe con la pelea ya perdida, lo perdí todo, pero al menos plante cara. Aposté todo por tu carta preferida, pero resultó que esa carta no existía, perdí el alma y un pedazo de mi vida, solo quedo dolor y esta inspiración intempestiva
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