Estadística
viernes, 24 de diciembre de 2010
Seriefilia (V)
Una delicia. Eso es lo que ha supuesto para mí la primera temporada de esta serie. Nominada a los Globos de Oro en las categorías Mejor Comedia y Mejor Actriz, “The Big C” me ha conquistado, y se ha convertido en la serie revelación del año para este que escribe, por encima de The Walking Dead y demás pelotazos.
Respeto. Eso fue lo que pensé en un primer momento al conocer la trama de la serie. Una mujer de unos cuarenta y tantos se entera de que tiene cáncer terminal. Ante la noticia, en vez de venirse abajo, decide vivir todos los días de su vida como si fueran el último, sin contárselo a ninguno de sus familiares o conocidos. Porque, al fin y al cabo, el cáncer es una mierda para ti, pero también para todos los que te rodean. Sin duda, algo muy “chungo” de llevar a la tele, sabiendo que la serie estaba programada para ser una sitcom (y el tema del cáncer terminal, pues comedia, poca)
Tranquilidad. Eso fue lo que pensé cuando supe que Showtime (junto a HBO y AMC, los mejores canales de televisión por cable) se encargaba del proyecto, y más aún cuando me enteré de que la fantástica y archipremiada Laura Linney sería Cathy Jamison, la mujer que sufría la enfermedad.
Junto a la protagonista, tenemos a su marido, un fantástico Paul Jamison; a su hermano hippie antisistema (genial), a su hijo adolescente, a su alumna negra con sobrepeso (protagonista de “Precious”), a su vecina cascarrabias (vista en “The Curious Case of Benjamin Button”), a su doctor, o a su amiga de universidad que aparecerá a mitad de temporada.
Todos ellos están genial, desde el primero hasta el último. Cierto es que Adam, el hijo, no convencía al principio, pero se va ganando al espectador (ojito con la season finale y la escena del garaje). Pero, evidentemente, es ella, Cathy, quien lleva el peso de la serie por completo. Está excelente, sublime. Sonríe y llora con tal facilidad que hasta da miedo el potencial interpretativo de esta mujer. Está loca, completamente loca; pero lo que quiere es vivir, hacer lo que no ha podido hacer; aunque esto suponga separarse de su marido, marcharse a Las Bahamas con un amante, o “raptar” a su hijo del campamento de verano, para disfrutar con él los últimos meses de su vida. Así es Cathy. En definitiva, ella es la gran C de la serie.
Como ya he nombrado, la serie se planteó como una sitcom: esto es la típica comedia americana con capítulos de veinte minutos de duración, al estilo Big Bang Theory o How I Met… Y sí, la serie tiene momentos desternillantes, y Cathy en su papel de loca está sublime, pero los capítulos terminan durando casi treinta minutos, y, qué queréis que os diga, esto es un dramón con todas sus letras.
En treinta minutos, la serie hace que llores y que rías indistintamente, alternando sensaciones en una montaña rusa difícilmente descriptible.
Tras ver el piloto, la serie convence, pero no será hasta el capítulo quinto o sexto cuando de verdad Cathy te gane por completo. Y todo esto hasta hoy, cuando he visto el último capítulo de la temporada, y cuando he asumido, y difundo ahora, que la serie es soberbia, magistral; elegante e inteligente como pocas. Una season finale que me ha hecho llorar como nunca antes con una serie de televisión (ni con Perdidos, oigan). Esa escena del garaje merece un reconocimiento aparte (no diré nada para no fastidiar la serie), pero es tan jodidamente emotiva que hasta duele.
Veremos como sigue la serie en su segunda temporada (confirmada ya). Confiaré en que el tratamiento al que finalmente Cathy se somete de resultado, y podamos disfrutar de ella mucho, mucho tiempo más.
Sólo me queda recomendaos la serie, porque es una experiencia brillante, y, ya de paso, desear a todos una Feliz Navidad.
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De verdad, Ricardo, de dónde sacas el tiempo para verte diez mil millones de series, estudiar, mirarte las noticias, estar con tus amigos, comer, cagar y dormir? Eres un Dios pero te odio porque tengo demasiadas cosas que ver por tu culpa!!
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