Estadística

miércoles, 17 de noviembre de 2010

La canción del bosque

No me llamo, no tengo nombre, no hay nada que pueda llamarme, tenerme, invocarme, retenerme. Nadie. Libre, feliz. Solo sueños y nada más, nadie más.

Puedo correr por el bosque, y nunca perderme. Yo nunca estoy en ningún sitio, porque el bosque no termina, no hay final para tantos árboles, tantas vidas, tantos recuerdos, y en medio, justo en el centro de esa infinita, inmensísima nada, se encuentra el árbol más alto y bello de todos, el más robusto, lleno de hojas de un azul verdoso, muy oscuro, que proyectan su sombra amoratada sobre el suelo, de tierra suelta, húmedo y vivo, que huele a vida, a flores, a pequeñas plantas que surgen y un día serán grandes y fuertes, como mi árbol. Plantas que le preguntan cómo es la luz de la luna, porque ellas no pueden ver, solo sombras, a través de las hojas del inmensísimo árbol. También hay muerte, muerte que es madre a la vez, pues alimenta a los pájaros, y les da nidos. No hay lugar en mi bosque para las personas, que se limitan a contemplarlo y no se atreven a quemarlo. Cuentan historias, y cantan canciones, de árboles que caminan entre otros árboles y cruzan el río que divide mi bosque, pero que no lo divide del todo, “el cordón de plata” lo llaman los cantos de los búhos y las lechuzas, que sobrevuelan, seguras, toda la inmensidad sin percatarse del viento, frío y cruel, y que se sienten agradecidas por la brisa en sus plumas, también plateadas, como el agua de ese río en la noche.

Y corro, y sigo corriendo, con mis pies mojados y desnudos, que no se resbalan ni tiemblan sobre las piedras redondeadas del falso camino, porque todo es camino, y nada lo es. Mis pies son mi propio camino, guiado por la luz. Y no añoro el mundo, porque no he querido conocerlo jamás, vivo feliz, sentándome junto a las serpientes de vivos colores oscurecidos por las sombras y la canción de muchos insectos, pequeños, pero no insignificantes. Todos tienen su papel en este lugar, que no es lugar, que no es nada.

No me llamo, no tengo nombre, pero tengo sombra. No tengo aspecto ni se me puede ver, pero se me siente, y siento, más intensamente que cualquiera. Libre, libre, siempre libre, solo sueños y nada más: nadie más.

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