Llueve en el asfalto. La ciudad crepita mientras se retuerce enfurecida. Viandantes desfigurados vagan escondidos a mi alrededor. Tirado en un portal están las ruinas de un hombre destrozado, sobre el que se alza una pluma que derrocha tinta y humo en recuerdos que huelen a mujer. Todo se mueve, cambia y gira, y lo que queda de aquel hombre sigue desparramado junto a mis zapatos. Lo miro; y él me mira y no me ve, porque sus ojos ya no están con él, estarán en otro lugar, quizá con aquella mujer, quizás solos y enterrados, quizás estén en la las palabras que escribe sobre el aire. Y todo gira, cambia, rueda, se amartilla y después suena, pero yo ya no estoy para oírlo, ya me he ido. Sale el sol, ya no hay lluvia, ya no hay hombre; y yo me enciendo un cigarrillo echando de menos aquel portal.
Estadística
martes, 14 de junio de 2011
Al final escampa
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