Sólo... me salió.

Un cuarto menguante amarillo limón. Una revolución de todos los colores. Agitada víspera. Yo sé que esto es algo grande, un cuarto menguante amarillo limón y un gato negro de ojos amarillo limón asomándose a un balcón para verlo. Y una sinfonía agridulce para acompañar, aunque a mí esta noche me sabe realmente dulce. Siento un lleno en el pecho, hoy “el mundo sí parece estar pintado a mano”. Somos jóvenes y fuertes, y estos días quedarán en los libros de historia.

Sin embargo… siento todo esto ajeno a mí, ajeno a nosotros dos. ¿Y cómo es posible que todos ellos no comprendan esto que habita mi estómago ahora mismo, como una plaga? Crece y crece. Hace menos de 30 minutos que tú has subido a ese coche blanco, y parece que ya no seas real. Ya no te creo, ya no creo que existas. Pero tú eres un milagro y, como alguien dijo, lo más maravilloso de los milagros es que ocurren. Por lo tanto, tengo que empezar a creerte... Tú eres así: vienes, me haces dar gracias por vivir la vida, y te marchas. Nunca pierdo la esperanza de que vuelvas a aparecer de nuevo. De hecho, siempre lo haces. Y es precisamente esa certeza de saber que mañana volverás la que me hace levantarme, moverme y dar algo por los demás cada día, aunque en el fondo sepa que lo hago por ti. Que cada uno de mis gestos está destinado a ti. Por eso, hoy hay una revolución en esta ciudad y este día pasará a la historia, porque si te digo que voy a pasar contigo el resto de mi vida, es porque voy a hacerlo. Porque, aunque ahora mismo sólo tenga un flexo, un escalofrío nocturno y una Luna amarillo limón, llegará el día en que contemples el mundo desde mi perspectiva y este cielo sea de los dos. Jamás estuve tan segura de algo, lo juro.

No me importa que piensen que soy una ilusa. Quizá sea porque nunca han llorado de felicidad sólo con ver la cara de otra persona.