Estadística

martes, 9 de noviembre de 2010

EL PACIENTE

EL PACIENTE.
Antes de leerlo… saber que lo escribí a principios de 2009. El principio puede ser un poco pesado pero vale la pena leerlo hasta el final (eso creo)


Ayer fui al hospital. Buscaba a un paciente que por lo que me habían comentado, estaba muy mal. La verdad es que no lo conocía, no nos habíamos visto cara a cara pero a mucha gente le preocupaba su estado de salud.
Ingresó hace unas semanas, aunque ya estaba convaleciente desde hace meses. Los médicos nos dijeron que con el paso del tiempo su situación mejoraría y saldría adelante, aunque su pronóstico no se cumplió. Hace poco le detectaron un pequeño tumor en uno de sus pulmones. Esta circunstancia hizo que los médicos volvieran a aparecer ante mí. Me di cuenta de que sólo pretendían calmarme cuando otro puñal se clavaba en la figura de mi desconocido y sufrido amigo. Me presentaron el problema como si no tuviera una especial gravedad, como algo que con el debido tratamiento pasaría como otra contrariedad de las muchas que plantea la existencia. A pesar de ello, creí que volvían a mentirme, y en ese momento fue cuando la psicosis se hizo presa de mí. Fue tal el miedo a que se volvieran a equivocar, que incluso afectó al enfermo. Ése al que no conocía de nada y con el que, sin embargo, parecía tener una extraña unión. Su salud dependía de mi estado psicológico. Mi temor, fue como para que lo que hasta ese entonces fuera benigno, pasara a maligno. La enfermedad empezó a extenderse, a destruir su cuerpo y a acelerar el fin.
Poco tiempo tuvo que transcurrir para que los que intentaban solucionar el problema a través de vender humo, volvieran ante mí. Noté cómo el creciente pánico que yo había iniciado, les había afectado a ellos con la misma rapidez con la que el tumor se expandía por el paciente. Pasaron ante mí pediatras, psicólogos, radiólogos y traumatólogos, todos proponiendo ilusorias soluciones para un mismo contratiempo. Tantos tratamientos me dieron, que por momentos caí en la bipolaridad. Los infinitos medicamentos, resultaban de una eficacia fugaz. Por otra parte, el estado del enfermo comenzaba a encontrarse estable dentro de la extrema gravedad. Nada hacía pensar que su situación fuera a mejorar, al menos a corto plazo.
Cansados ya de dar rodeos, los mejores médicos del mundo decidieron reunirse para dar con el diagnóstico acertado que permitiera aplicar la terapia que de una vez resolviera la dolencia del comatoso paciente. Y para ello intentaron reiniciar su estado de salud, localizar el principio de todo, para averiguar porque había ocurrido. La reunión pasaba a ser el centro de mí atención. De ahí debían salir las respuestas a todas mis preocupaciones, a todas mis dudas, la recompensa a tanta espera y a tanto sufrimiento. Lamentablemente, todo fue en vano; tantos días esperando y aumentando mis esperanzas, para que en unas pocas horas todo se viniera abajo. Como un castillo de naipes, mis ilusiones cedieron ante la realidad que había llegado como una ráfaga de viento. Caídos los naipes, me di cuenta que la reunión había conseguido una calma efímera. Efímera porque la reunión, esa que pretendía cambiar mi nueva rutina de hospitales y preocupaciones se acabó, mi paciente seguía igual. Lo único que había cambiado, era mi confianza en los médicos. La verdad es que aunque nuestra relación ya venía rozando la gravedad, esta había entrado en coma, como mi desconocido amigo.
Sin soluciones a la vista y con una desesperanza que me invadía, los días seguían pasando y su estado dejaba de empeorar. Afortunadamente, pues su siguiente avance hubiera producido su defunción. El paciente estaba grave y la falta de respuestas, me hizo investigar por mi cuenta. Ya que no podía hacer nada para mejorar su estado, quería saber como era su vida, ¿qué hacía? ¿Tenía amigos? ¿Creía en algo? ¿Seguía a alguna religión?
Comencé por averiguar en que se basaban sus creencias ¿en qué creía? Tras varias investigaciones, mis informaciones me llevaron a un espectacular palacio, allí acudía, por no decir que vivía, mi paciente. Me deslumbró su tamaño y su lujosa decoración, una edificación propia de ser nombrada como la octava maravilla. Sin embargo, cuando entré en tal monumento a la arquitectura, no me lo podía creer. El lujo había desaparecido, los cimientos eran de madera, al igual que las paredes, incluso parecía que aquel majestuoso palacio que vi cuando entré, había perdió su impresionante tamaño. Con la decepción que me lleve, lo único que quería era salir de ahí cuanto antes, pero tenía que preguntar el primer aspecto que me interesaba conocer del enfermo ¿en quién creía? Lo averigüé enseguida, sólo había una persona. Esta afirmaba ser socio directo del enfermo. Me contó que el “palacio” siempre estaba lleno, mucha gente adoraba al mismo dios que el paciente. Gente que había puesto todas sus expectativas en aquel dios, su fe plena. Hacía bastante tiempo que esa religión, a la que yo prefiero llamar negocio, andaba bastante bien. Pero en el momento en el que el paciente enfermó, todos aquellos fieles, dejaron de serlo. Ese paciente que tanto me preocupaba, resultaba ser el patrocinador de sus propias creencias. Necesitaba gente que lo acompañase, y para ello, divulgó por el mundo las promesas de su dios. Atraía a la gente diciéndoles que si se convertían en creyentes de su divinidad, aquel ser superior, mejoraría sus calidades de vida infinitamente. Sólo bastó eso y un par de días, para que sin lugar a dudas se convirtiera en la religión más seguida del mundo. A simple vista mi paciente parecía una persona importante. Había conseguido la confianza de muchos, pero con bases inexistentes.
El dios que había creado, era un dios con motivos ateos, todo lo prometido no eran más que promesas que caían en sacos rotos. Tal vez porque lo sacos estaban rotos, la gente empezó a desconfiar de su poderosa deidad y también de mi paciente, única unión entre su fantasía promovida y la pura realidad. Cuando él enfermó, esa unión, esa mínima esperanza de que todo lo prometido no cayera en quimera, se desvaneció por completo. Esa realidad fantasiosa, se quedó en apariencias. Todos a los que mi paciente engaño, pedían respuestas a aquel pobre hombre que aún seguía postrado ante mí. Yo me limite a decirle que lo que me sobraban eran preguntas, no respuestas. Me despedí de él y me encaminé hacia la salida. Justo antes de salir, a mi izquierda, observé un pequeño monumento dedicado a ese dios tan peculiar. No tenía forma humana, ni rostro reconocible, ni cualquier otra cosa que lo distinguiera como un ser. Ese dios tenía forma de S y estaba atravesado verticalmente por dos líneas, bajo esa figura un cartel, por fin un nombre, en el ponía: dinero.
Impresionado por todo lo averiguado y la peculiar vida que llevaba, mí cada vez más conocido amigo, me fui de aquel lugar, pensando en toda aquella gente engañada. Hizo falta tan poco para involucrar a tanta gente. Se dejaron llevar por esas creencias, o mejor dicho, apariencias vendidas. Que facilidad que tenemos para dejarnos llevar. Siempre nos dictamos por las primeras apariencias, incluso muchas veces convivimos con ellas toda nuestra vida. Posiblemente porque no siempre dan a pensar lo mismo, nos dan libertad a la hora de juzgar a alguien o a una situación. Incluso me atrevo a decir que las apariencias, dan sentido a todo lo que nos rodea. A pesar de todo, la realidad sigue ahí, podríamos intentar dejar de creer en ella, y no desaparecería. Realidad sólo hay una, al igual que la verdad, apariencias hay muchas, al igual que las mentiras. Mi paciente había conseguido formar un mundo de apariencias y por eso todos sus habitantes, eran ignorantes, desconocían la verdad. Algo parecido me ocurrió a mí, me deje llevar por las apariencias cuando me encontré con aquella impresionante fachada, pero al final, esa admiración sólo fue fruto de mi propia ignorancia. No fue más que un capítulo de nuestro eterno conflicto, el ser y el parecer. Conflicto de cual surge gran parte de la hipocresía que inunda nuestro mundo.
Cansado, volví al hospital. No esperaba que su estado de salud hubiese mejorado, y así fue. Mientras estuve fuera se produjo un cambio en la dirección del hospital. La verdad es que todos hemos depositado nuestra confianza en él nuevo director, parece alguien sincero y que de verdad se preocupa por el estado de los pacientes. Sin embargo, ese cambio no cambiaba mi realidad, ni la de mi paciente. Aun sopesábamos las malas decisiones del anterior director. Esas que llevaron a la desconfianza de la gente externa al centro. Los médicos que en teoría solucionaban las enfermedades, habían dudado, se atemorizaron ante el problema de aquel paciente. La situación nos abrió los ojos. Los médicos pueden ser mejores o peores pero siempre dependen de la gravedad que les presente una enfermedad. Si esta no es muy alta, causará más o menos daño, pero remitirá como respuesta a la actuación del médico. Sin embargo me temo- con una gran decepción – que en la situación que me he encontrado, ninguno ha destacado sobre los demás y han provocado la psicosis que sufrí, y que desencadenó todo esto. Siguen pasando los días. Las cosas no cambian. Es tarde ya. Pero antes de acabar, les diré que también me dio tiempo para averiguar la identidad de aquel extraño personaje. Su nombre: capitalismo.

Escrito por: Guillermo Barreiro.

5 comentarios:

  1. uru uru uru uru uru uru uru uru uru uru uru uru

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  2. bua, m as dejado sin palabras, sencillo pero impactante, con forma y con fondo, mensaje y sentido, me ha encantado.

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  3. muchas gracias... para que veais que de vez en cuando me gusta hablar en serio jaja

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  4. A mi también me ha gustado, Uru, pero se me hace larga la parte de los meeeédicos... Además he leído el final lo primero, soy muy lista jaja

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  5. jaja siempre hay algun listo que empieza po el fina... asi not iene gracia... y si, la parte de los medicos no pasaria nada con un tijeretazo

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